lunes

En busca de la rueda perdida

Hay días en los que te levantas con ansiedad y días en los que piensas que la ansiedad surgió justo cuando tú naciste. Pues hoy es de los segundos. Resulta que hoy tengo un examen. Rectifico. Hoy tengo el ÚLTIMO examen. Last. Last y lost, que es como estoy yo con él, completamente LOST. Y es que yo nunca he entendido esta manera tan cutre de estudiar el periodismo de viajes. Vamos... los viajes no se estudian, los viajes se hacen!!! Me va a vení tu a mí con el cuento...

El caso, que entre que es 30 de junio y estoy hasta la coronilla de estudiar y entre que paso tres millones de kilos de estudiarme como describir la magnífica sensación de llevarse a la boca un boquerón en vinagre de Blanco Cerrillo como manera de representar la gastronomía sevillana, se me ha ocurrido contaros un poco así como manera de práctica de la asignatura mi experiencia de explosión de rueda en pleno Nápoles. Os va a hacer una gracia que fliparéis en blanco y negro, sepia y colores fosforitos pero yo lo pase tela de mal en verdá.

¿Ustedes sabéis lo que es un 'explotío'? Po eso es lo que yo viví en Napoles, un explotío. Yo estaba feliz, entre tiendas, en mi hábitat natural y de un momento a otro... ¡¡¡PIM PAM PUM TENGO UNA PISTOLA!!! e inmediatamente me puse a insultar a un niño que tiraba petardos en medio de la calle. Ingenua de mí. Volviendo a mi querido velero me dí cuenta de que el niño de los petardos no había sido el explotío, sino que el explotío había sido yo. Sólo puedo proponeros que os imaginéis todas y cada una de las facciones de mi rostro al tocar esa rueda y verla chuchurría, sin vida, sin aire...

Yo creo que no era muy consciente de lo que estaba pasando hasta que después de que en recepción me dijeran varias cosas como que tenían que pedir permiso para utilizar internet, que no podían llamar a una ortopedia o que no sabían que iba a ser de mi vida, me diera cuenta de que la maldición de la gitana de las cartas que momentos antes me había cruzado por la calle había caído sobre mí. La cuestión era que sin saber ni como ni porqué era imposible comprar una nueva rueda para mi silla. Osea... ¿en Nápoles no hay personas discapacitadas? ¿Soy la única diva mundial que ha pisado Nápoles en silla de ruedas? No podía ser tan exclusivo y terrible a la vez. La cuestión es que no había forma, no había modus, no había nada, por no haber no había ni movimiento en mi carricoche. 

Tras superar el primer drama vespertino llegó el que se convertiría en el drama del día. Osea... día D, 22A, día del terror (como queráis denominarlo, todo lo que implique catástrofe se ajusta a las características). Me ofrecieron OTRA silla, y yo 'ah, pues mira, al menos no me tendré que quedar tirada en la cama cual enferma en su viaje de fin de carrera', y vi la """"silla"""". Veréis eso no era una silla, eso era un ataque contra mi persona, eso era una ofensa hacia mí, eso era la mayor de las desgracias para cualquier persona de este mundo, eso era un maldito tractor... ¡Pero por los clavos de cristo! Esa cosa ha le tuvo que servir a Julio Cesar pa sus paseitos por el Coliseo con sus coleguis.

El elemento en cuestión me sacaba una mano a la izquierda y otra a la derecha, los reposabrazos se encontraban a la altura de mi cabeza (esto por si quería airear un poquito mis axilas) y para colmo mis pies de princesa de número 34 (en las sandalias del Zara el 33) no llegaban al reposapies. Todo esto vino acompañado de una enfermera rusa, de la que dudo mucho que tuviera el título con esas uñas de gel rosa fucsia que me llevaba y que no entendía ni papa de español, a la que yo como decisión propia y meditada llamé Petrusca. Petrusca tenía unas ideas geniales. Ideas como darme una silla sin ruedas accesibles para mí para que ya terminara de morirme en vida o como ponerme una almohada bajo los pies (cual reina descalza) para que me apoyaran y fuera así por todo el barco. 

Una vez que pude deshacerme de Petrusca (por el momento) logré tranquilizarme e irme a la habitación a olvidarme de que mi carricoche estaba solo y desolado con su pasado pisado en el camarote y dejé pasar la noche para el día siguiente ir a por la rueda a Roma. O también podemos llamarlo como el sitio en el que viejitas de la calle te mandan a una casa de neumáticos de motos y coches a que compres una rueda para un carricoche. El caso es que bueno... es Roma, es un pedazo de sitio, es la bomba, es lo más inadaptado del mundo mundial y no hay ni una puñetera silla de ruedas por la calle! Las horas pasaban, con ese tractor como animal de compañía y una rueda colgada a mi espalda como si fuera María de la O con la crucecita a cuestas buscando un repuesto que me devolviera a mi niño. Menos mal que al menos pude probar un trozo de pizza en Roma porque ya sí que me daba algo si me iba de allí sin probar la gastronomía y sin gastar dinero (cosa que obviamente no ocurrió).

Hola. Soy tractor. ¡HOLA TRACTOR! (cual grupo de terapia)
Prisas, adoquines, fotos mientras corríamos con prisa por adoquines, para finalmente llegar a... una casa de bicicletas! Sí, es que allí las ortopedias no existen, allí no hay sillas de ruedas, allí yo saldría en la primera plana de todas las revistas por ser la única ser humana que se atreve a cruzar la ciudad en carricoche. Pero si os creéis que aquí acaba todo... ESTÁIS MUY EQUIVOCADOS. Una vez más tampoco había rueda. No rueda No party. El dependiente, muy a su ritmo, a las 3 de la tarde y yo teniendo que estar a las 8 en mi velero, no soltaba su movilfon hasta que nos explicó que teníamos que ir a la otra punta de Roma para buscar la rueda porque era la ÚNICA casa en toda la puñetera ciudad que vendía ruedas. ¿Ustedes lo veis normal? ¿Ustedes veis normal que haya una casa en toda Roma que venda ruedas? Osea... es que para mí las ruedas es como el pan o la leche, un bien de primerísima necesidad. 

Después de que corriéramos para coger el metro y que me llevara media hora para bajar una escalera con un aparato de esos que van a la velocidad de... bueno, que no tienen velocidad, mis amigos decidieron ir corriendo a por la rueda. ¿Que si la encontraron? Claro, pero como todo en la vida, todo tiene un precio, y no es que fuera cara, es que el precio fue que perdiéramos nuestro tren de vuelta al barco. Imaginaros ya no el primer drama ni el segundo sino la catástrofe número 100 de mi experiencia romana. Pero bueno, todo se solucionaba cogiendo un taxi (previamente elegido después de que nos intentaran timar) y pagando 120 euros de viaje. Está bien, me decía a mí misma, tengo rueda, está bien.

En el camino hubo tiempo para todo como podréis imaginar, incluso para hacernos selfies con el conductor que nos enseñó toda Roma a la velocidad de 120 cuando verdaderamente no podía superar los 50. Conductor que no sabía donde estaba la entrada al puerto. Conductor que aunque era majo daba miedo. Conductor que se hizo una pechá de kilómetros en menos de una hora. Y conductor que intentaba hablar conmigo en italiano como si fuera de la puritita calle Via Augusta de toda la vida.


Y llegamos a nuestro barco. Tarde, muy tarde, minutos después de la hora que nos habían indicado, pero no importaba porque yo ya tenía mi rueda. Tenía una rueda blanca y otra negra. Nunca fui tan a la moda con mi binomio blanco-negro. Y la bauticé. Le eché gin tonic por encima para bendecirla, le hicimos un ritual entre todos los miembros del crucero y esa noche no dormí porque me dediqué a emborracharme y a bailar rueda rueda rueda, que casualmente una canción nunca vino tan acorde al momento. 

Como veis nada se me resiste. NADA. Y como veis, todo me tiene que pasar a mí y a mi carricoche. TODO. Somos objetivos de historias. No podemos luchar contra eso. Y esto no tiene sólo como objetivo que te rías tanto como lo hago yo ahora recordando mis paseitos por Roma con la rueda a cuestas, sino también que tengamos un poco en cuenta (que nunca lo tenemos) lo accesible que para algunas cosas es nuestro país. 

Besis!!

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